Ascensión al pico Paderna, 2622 m.
–por la arista sur–
(9/7/2017)
–por la arista sur–
(9/7/2017)
Por lo común, la primera vez encierra un proceso de
descubrimiento, tanto de uno mismo como de aquello de lo que se está teniendo
vivencia, que nos aporta una satisfacción y un disfrute estéticos difícilmente
equiparables. Como en un viaje iniciático, descubrir un nuevo macizo, recorrer
sus sendas, hollar sus cumbres... supone un salto simbólico hacia lo desconocido,
una ruptura respecto de la seguridad de lo ya familiar. Ya sea o no consciente
de ello, el montañero siempre alberga en su pecho el deseo de ampliar sus
horizontes viajando allí dónde tan sólo sus sueños han estado antes. Los
nombres de lejanas cordilleras, de picos emblemáticos, despiertan en él el
anhelo de nuevas vivencias tanto como el temor contenido hacia lo desconocido.
Como conjuros de una arcana y poderosa magia, nombres como Annapurna, Jungfrau
e incluso Maladetas evocan en el montañero su más secreta aspiración: revivir
la experiencia de la primera vez.
Mapa: Llanos del Hospital - Pico Paderna.
Es domingo, 9 de julio de 2017, y por propia voluntad
camino por primera vez por el Parque Natural Posets-Maladeta. He dejado el
coche en el parking de Llanos del Hospital, pues deseo caminar los 4 km. que me
separan de la Besurta, último lugar hasta el que llegan los autobuses. Mis
primeros pasos me dirigen hacia el este, atravesando de extremo a extremo un extenso
llano al que llaman Plan de l’Hospital y por el que discurre un
arroyo. Como tantas veces en media montaña, la mañana ha amanecido cubierta en
altura. Las cimas más elevadas del macizo ocultan su rostro entre las nubes y
así lo seguirán haciendo durante todo el día. Aún no lo sé, pero esta
circunstancia otorgará a la ascensión mayor emoción, intensificando la sensación
de adentrarme en un lugar hostil por desconocido. Pero se tratará tan sólo de
una sensación estética percibida conscientemente como tal, pues en ningún
momento dejaré de tener bajo control la evaluación objetiva de mis decisiones.
Plan de l'Hospital.
Raúl.
Tras los primeros pasos por el Vado de l’Hospital (1724 m.), un
pequeño puente de madera me sitúa frente al hotel, que dejo a mi derecha
mientras continúo la marcha hasta alcanzar un segundo puente, justo en el extremo
opuesto del llano. Ahora el camino se bifurca. A la izquierda una senda parte
en dirección al Puerto de Benasque, mientras que a la derecha se inicia una
leve subida que, adentrándose en un pequeño bosque de coníferas, me termina
conduciendo hasta el más amplio llano del Plan d’Estañ. Aquí la presencia de
ganado vacuno es sencillamente dominante. Miles de vacas, junto a sus terneros,
pacen sosegadamente, tan sólo alteradas por el ir y venir de los autobuses que
cruzan el llano o, como en mi caso, por la presencia de caminantes que en solitario
o en pequeños grupos atraviesan en silencio el solemne valle. Aunque aún no soy
consciente de ello, a mi derecha el pico Paderna escruta mis pasos desde las
alturas mientras yo camino absorto entre la belleza de una flora y una fauna
que no dejan de fascinarme. Finalmente, tras una hora aproximada de caminata, alcanzo
la Besurta (1896 m.), en cuyas instalaciones apenas me detengo.
1er puente.
2º puente.
Raúl.
Plan d'Estañ.
Raúl en el Plan d'Estañ.
Vacas.
Vacas.
La Besurta.
Pocos metros después de dejar atrás la Besurta aparece
una nueva bifurcación. Una vez más, la senda de la izquierda se aleja de mi
objetivo en busca del Forau d’Aiguallut. Hacia la derecha, en cambio, el camino
comienza rápidamente a ganar altura entre giros y retuertos en dirección al
Refugio de la Renclusa. Unos treinta minutos después, con las nubes sobre mi
cabeza, alcanzo la hoya donde reposa el refugio (2140 m.). En uno de los extremos
de ésta, junto a una pequeña columna conmemorativa, las vistas hacia el valle
comienzan ya a cobrar dimensiones alpinas. Una pequeña amiga felina se acerca
para demandar de mí unos cuantos mimos. La belleza de su porte y el suave tacto
de la gata me reconfortan. Me acerco entonces a contemplar más de cerca el
refugio. Un par de jóvenes montañeros descienden en ese momento desde las
paredes rocosas del macizo. Tras compartir sus impresiones conmigo comprendo
que han desistido en su intento por alcanzar la cumbre del Aneto. El
desprendimiento de unas enormes rocas, según me cuentan, les ha hecho valorar
la seguridad del llano. Ingenuamente, me advierten de que el día ya está
demasiado avanzado como para iniciar el ascenso al techo de los Pirineos, a lo
que les respondo que no es tal mi intención, sino tan sólo alcanzar el pico
Paderna. La subida al Aneto, les comento, la iniciaré pocos días después.
Vuelven a bromear con lo que les digo. Doy por supuesto que esa actitud es
fruto de la euforia por haber escapado de las fauces de la montaña y guardo
silencio. En cuatro días mis compañeros valencianos y yo daremos buena cuenta
de la cima reina del macizo, pero esa es otra historia. Repongo el agua de mis
bidones en la cercana fuente y reanudo mis pasos ahora hacia el oeste.
Raúl.
Gata.
Refugio de la Renclusa.
Tras cruzar un cercano puente, la senda comienza de nuevo
a ganar altura. Discurre paralela al arroyo d’Alba, que desciende desde la elevada
Tuca de mismo nombre. No mucho después, en las proximidades del Ibón de la Renclusa,
el arroyo y el camino revierten su pendiente. Se abre entonces ante mí una
idílica planicie por la que serpean los hermosos meandros del arroyo. Y al
fondo, como un gigante de roca, la mole pétrea del pico Paderna. El silencio y
la completa ausencia de corriente alguna de aire confieren a la atmósfera,
atrapada entre los enormes muros del contrafuerte, una insólita pesadez. Camino
solo. Algo más arriba el canchal hace acto de presencia. Se trata de un conjunto
de enormes bloques de granito desprendidos quién sabe cuánto ha. Proceden de lo
más alto del macizo de las Maladetas, ya que el roquedo del pico Paderna no es
granítico, sino kárstico. El silencio, las pesadas nubes sobre mí, ponen a
prueba por unos minutos mi capacidad para tomar decisiones de manera objetiva.
El miedo a la súbita aparición de una tormenta comienza a enturbiar mi juicio. Sin
embargo, lo identifico rápidamente como un impulso irracional e infundado.
Vuelvo a contemplar la atmósfera por encima de mí. Observo detenidamente. Aún
es pronto para una tormenta vespertina. La temperatura no es en absoluto
cálida. Sólo son nubes frías y húmedas. No debo temer, sino continuar. Me pongo
en marcha de nuevo. Cruzo el canchal granítico y gano la vaguada que desciende
desde el collado de Paderna, hacia el que me dirijo.
Arroyo d'Alba y pico Paderna.
Raúl.
Meandros del arroyo d'Alba y pico Paderna.
En pocos metros el desnivel comienza a aumentar
vertiginosamente. Asciendo ahora entre resuellos. Muy atento a los hitos,
progreso indistintamente entre peldaños rocosos y el lecho de un pequeño
torrente que desciende desde el collado. Finalmente lo alcanzo (2524 m.), lo
que me permite contemplar con emoción contenida la imponente arista sur del
pico Paderna y, a su izquierda, el sublime porte de su hermana la Tuca Blanca. Tras
un pequeño descenso, la arista sur por la que progreso me conduce en vertiginoso
ascenso hasta la cima (2622 m.). Allí un cairn de piedras indica el punto más
elevado. Por desgracia, la niebla me impide contemplar el valle y el macizo de
las Maladetas como hubiera sido menester, aunque, en lo más profundo de mis
anhelos, los mismos que se alimentan de mis miedos, es así como siempre deseo la
montaña. Hacia el norte, a través de una aérea arista somital, me acerco con
paso firme a una segunda cima, algo menos elevada.
Canchal.
Arista sur.
Arista sur.
Raúl en la arista sur.
Arista sur.
Cima del pico Paderna.
Arista somital.
Raúl en la cima del pico Paderna.
Durante el regreso, que efectúo por el mismo camino, me detengo
algunos minutos en el espejo que nace del reflejo que proyecta el Ibón de la
Renclusa. Reanudada la marcha, algunas decenas de metros por debajo descubro una
marmota entregada a cantar las horas. Nos miramos sorprendidos. Finalmente decide
retomar sus quehaceres, por lo que yo hago lo mismo y me encamino hacia el
refugio, donde realizo una reserva que me traerá de vuelta en tres días. Paso a
paso voy perdiendo metros, pero una de las miles de piedras que me rodean y que
he venido contemplando desde la indiferencia me resulta extrañamente familiar.
He visto otras así en imágenes de libros, pero ninguna antes en la realidad de
su contexto. Parece que se trata de un notable ejemplo de industria lítica. Por
último, desciendo de nuevo hasta el Plan d’Estañ, donde las vacas continúan
como si nada hubiera sucedido. Y en verdad, así ha sido. Nada ha cambiado. Tan
sólo yo. No volveré a subir por primera vez un pico en el Macizo de las
Maladetas. Aunque, teniendo en cuenta lo nublado que ha estado el día y lo poco
que he visto de las alturas, la subida al Aneto promete ser todo un viaje de
descubrimiento. Ya nada puede frenar ese deseo. Es sólo una cuestión de tiempo
que el rey de los Pirineos y yo nos veamos las caras.
Canchal.
Ibón de la Renclusa.
Marmota.
Industria lítica.
Vacas en el Plan d'Estañ.
Refugio de Plan d'Estañ.
Lirio.
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