lunes, 25 de julio de 2016

Ascensión al Monte Perdido, 3348 m.

Ascensión al Monte Perdido, 3348 m.
–por la Escupidera–
(14-16/7/2016)
...y ahora también habito en aquellas perdidas laderas

Escribía Gaston Rébuffat:

"Con frecuencia una ascensión nace como un sueño, se convierte en una exaltación, un deseo espontáneo, en ocasiones irracional. Un bello nombre, una forma, una historia, un recuerdo y ya estamos unidos a esa cumbre".

Para un alpinista probado tales ascensiones encuentran su plasmación en nombres como los del Eiger o el Cervino, sin duda. Más modestamente, y aunque a veces también el montañista esporádico se deja llevar por semejantes nombres, las cumbres que para mí han supuesto un anhelo semejante han sido en los últimos años el Torrecerredo y el Monte Perdido. Sí, el Monte Perdido. Hermoso nombre. Evocador de paisajes remotos y extremos. Si a ello, además, le unimos el hecho contingente de tratarse de mi primer 3000, todo ello supone suficiente materia poética como para convertirse en esa ansiada y emotiva ascensión que nos atrapa arrebatándonos de nuestra vida cotidiana para convertirse durante algunas semanas en toda una obsesión.

Valle de Ordesa.

Gradas de Soaso.

No es el Monte Perdido una cumbre especialmente peligrosa, menos aún en julio; ni supone tampoco un desafío técnico fuera del alcance de un alpinista formado en las laderas níveas de la Sierra de Guadarrama. Pero su famosa Escupidera es un encuentro para el que más vale haberse concienciado previamente. Y así traté de hacerlo yo, escudriñando en lo más profundo de mi voluntad, tratando de vislumbrar si, llegado el momento, estaría preparado para ascender y descender por ella con la única compañía, con suerte, de mi propia sombra.

Circo de Soaso. 

Cola de Caballo. 

El inicio de la aproximación lo realicé partiendo desde la Pradera de Ordesa, desde la que se va ganando terreno y altura paulatinamente a medida que se van dejando atrás las hermosas cascadas que jalonan el Valle de Ordesa en dirección al Circo de Soaso. La más hermosa de todas ellas, la Cola de Caballo, se sitúa justamente frente a las clavijas metálicas que permiten salvar la vertical pared del circo y que nos elevan algunas decenas de metros sobre el valle a escasa distancia de la pradera donde reposa el Refugio de Góriz. Llegados a éste, el ambiente que se respira es genuinamente contradictorio, a mitad de camino entre el refugio de montaña vetusto y refinado, por un lado, y el chiringuito de montaña solicitado y masificado en el que se sirven cervezas frías y hasta cabernet-sauvignon si la economía lo permite, por el otro.

Mapa (Pradera de Ordesa - Refugio de Góriz). 

Circo de Soaso. 

Raúl. 

El cielo despejado y el sol implacable parecen desmentir las fuertes rachas de viento que por momentos se van dejando sentir. Algunos afortunados que descienden sonrientes desde la cima tras haber coronado el techo del Parque Nacional confirman que allí arriba es el viento quien gobierna. Aquí abajo, mientras tanto, busco el terreno más adecuado para montar mi pequeña tienda Ferrino. Intento que el emplazamiento elegido evite lo mejor posible el viento de poniente que poco a poco va ganando fuerza. Para reforzarlo, levanto con piedras de blanca caliza un pequeño murete que evitará, sin duda, que las rachas se cuelen por debajo de la carpa. Contemplo mi obra y me enorgullezco del trabajo realizado. Resistirá. Ahora ya puedo cenar y descansar. Pero antes de dormir resulta inevitable repasar mentalmente las claves de la ascensión del día de mañana: calma, pasos seguros, no perder el control sobre uno mismo dejándose llevar por el miedo y el desaliento, evaluar cada situación desde su contexto objetivo. Ahora ya puedo entrar despreocupado en los dominios de Morfeo.

Refugio Delgado Úbeda o de Góriz. 

Pradera del Góriz. 

Raúl. 

"Una ventana con vistas". 

Las 6:30 de la mañana. Me pongo en pie incluso antes de que mi reloj comience a silbar su monótona melodía. Pliego las varillas de la tienda, aunque la mantengo clavada sobre el terreno. Dentro introduzco todo aquello que no subirá conmigo hasta la cima, como el saco, algo de ropa y la comida, y que, aunque no poseen un valor económico muy alto, no dejan de ser mis cosas. Pero esta preocupación por abandonar atrás parte de mi equipo no dura demasiado. Es momento de centrarse en lo que hay por arriba. Comienza la ascensión. 

Mapa (Refugio de Góriz - Monte Perdido). 

Pequeños neveros bajo la mirada del Cilindro de Marboré. 

Los neveros dificultan la progresión. 

Mis primeros pasos son pausados. Mi propio cuerpo encontrará en seguida el ritmo que mejor se adapte a mi propósito. La distancia en desnivel acumulado que me separa de la cima es de 1200 metros, por lo que no deseo malgastar más energía de la estrictamente necesaria para situarme a los pies de la Escupidera. Soy muy consciente de que la clave de la ascensión se encuentra precisamente allí y que, por ello, ningún otro sitio sería más inadecuada para cometer un error por agotamiento. Pero mis piernas responden perfectamente a la tracción sobre el terreno que les voy exigiendo, por lo que poco a poco me permito aumentar el intervalo de mis pasos. Tal y como había contemplado algunos días atrás desde el extremo de la Faja de las Flores que se abre al Circo de Cotatuero, tanto la Escupidera como otras zonas elevadas del Macizo de las Tres Sorores aún presentan gran cantidad de nieve, por lo que no me sorprende encontrar frecuentemente pequeños neveros en pendiente. Sus reducidas dimensiones no suponen una amenaza especialmente significativa, pero, al encontrarse la nieve demasiado compacta, progresar por ellos requiere prestar gran atención. Aún así, decido no emplear ni crampones ni piolet, acortando camino en aquellos tramos donde la roca, aun requiriendo pequeñas trepadas, evita progresar sobre la sólida costra de nieve. Finalmente, un hermoso y gélido ibón se abre ante la vista bajo la enorme masa caliza del Cilindro de Marboré. Es el Lago Helado. Y a mi derecha, solemne e imponente, una inabarcable y pronunciada pendiente cubierta en buena parte por una blanca lengua de nieve: la Escupidera. 

A las puertas del Lago Helado. 

Cilindro de Marboré, Lago Helado y pala de nieve desde el inicio de la Escupidera. 

Me detengo frente a unas peñas para reponer fuerzas, pero el viento es aquí insoslayable y el frío sudor que resbala por mi espalda me recuerda que no debo entretenerme demasiado. Por dos ocasiones una súbita sensación de vértigo hace acto de presencia. Miro mi reloj provisto de altímetro, que me indica que he alcanzado los 3000 metros de altitud. Lo que pueda sucederme a esta altura es para mí una incógnita. Comienzo a dejar volar mi imaginación. ¡Especulaciones a 3000 metros sobre el nivel del mar! ¡Basta! ¡Me estoy dejando llevar! Estoy haciendo precisamente aquello que tantas veces, incluida la noche anterior, dije que no haría. No siento náuseas, ni dolor de cabeza alguno. He de volver a centrarme en la ascensión, en especial en este punto. ¡Precisamente en este punto! Entiendo entonces, en ese momento, que las dudas que han intentado asaltarme, así como la sensación de vértigo experimentada por dos ocasiones algunos instantes antes, están motivadas por encontrarme precisamente allí, frente a la Escupidera. Respiro profundamente, fijo mi mirada en el objetivo y comienzo de nuevo a moverme, progresando sin pausa por la expuesta panza de roca que retiene desde la derecha la primera sección de nieve que desciende desde la Escupidera. Ninguna cumbre es nunca conquistada. Antes bien, es a nosotros mismos a quienes vencemos, a nuestra imprudencia, a nuestras dudas, a nuestros miedos; y conforme asciendo, éstos comienzan a disiparse. Mi voluntad es más fuerte. 

La Escupidera. 

Alcanzo así el punto en mitad de la prolongada rampa en el que se hace preciso colocarse los crampones y sacar el piolet. Allí aguardan otros alpinistas y un grupo reducido me pide amablemente que les explique cómo deben calzarse los crampones, pues los habían alquilado esa misma mañana en el Góriz. Tras orientarles mínimamente, me ofrezco a subir con ellos, abriendo el grupo, lo que les parece bien. Poco a poco, todos juntos, vamos ganando metros. La huella está perfectamente abierta, por lo que la ascensión no requiere de una técnica demasiado depurada, aunque sí que resulta algo agotadora debido a su longitud. No mucho después alcanzamos el collado, desde donde, tras recobrar el aliento, iniciamos la parte final del ascenso, mucho más sencilla. Crampón en suela, aunque allá arriba no hay nieve, hacemos cima. Entonces reímos, nos felicitamos, posamos todos juntos frente al vértice geodésico y contemplamos el escaparate de colores y formas en la distancia que nos rodea y envuelve por doquier. 

Cima del Monte Perdido, 3348 m. 

Raúl en la cima del Monte Perdido. 

Volvemos a reír. Estos jóvenes alpinistas valencianos son verdaderamente simpáticos. Regresar con ellos hasta el refugio será muy divertido. Por supuesto, tomamos especial cuidado en el descenso por la Escupidera. Pero el camino de vuelta se convierte inevitablemente en un tiempo de plenitud y satisfacción. Lo hemos logrado, y eso, por sí solo, es suficiente para dibujar una sonrisa sobre nuestros rostros. No faltará la cerveza de rigor. 

Raúl iniciando el descenso hacia la Escupidera. 

La Escupidera. 

Mis nuevos compañeros descienden hasta Torla esa misma tarde, pero yo decido pasar otra noche más bajo la tutela de las Tres Sorores. Mañana habré de volver a Madrid. ¿Cómo puede el espíritu viajar tan rápido? Sin duda mi cuerpo llegará mucho antes a la capital que aquello de mí que no se ve. Aún hoy, cuando escribo estas líneas algunos días después, siento como si parte de mi ser aún permaneciera allí. Mi espíritu se ha engrandecido. Ahora también habito en aquellas perdidas laderas. 

Cartografía y bibliografía.
Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Escala 1:25.000, Editorial Alpina, 2013.
Raúl Lora del Cerro, 50 ascensiones clásicas. Guía de la alta montaña ibérica, Desnivel Ediciones, Madrid, 2009.
Roger Büdeler, Pirineos 1. Pirineo aragonés - de Panticosa a Benasque. 51 rutas selectas por valles y montañas en el Pirineo Central español, Rother, Munich, 2009.

2 comentarios:

  1. Precioso tu articulo Raul, consigues con tus palabras hacernos volver a aquel paraiso. Los nervios de la noche anterior, la mente y el cuerpo trabajando al unisono y sobretodo el respeto hacia la montaña, todo ello compartido por los que amamos la naturaleza y las alturas. Un verdadero placer compartir el camino y la victoria contigo pues una amistad que se fragua en la montaña es para toda la vida, Un abrazo¡¡¡

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchas gracias Miguel! Alguien escribió en una ocasión: "la vida es un relato en busca de narrador". Así que lo único que se precisa es comenzar a escribir. Creo que es así cómo los seres humanos damos sentido a lo que, de otro modo, carecería de ello. Encantado de que hayas disfrutado leyéndolo. Repetiremos el año que viene, ¿no? Un abrazo, amigo.

    ResponderEliminar