domingo, 1 de mayo de 2016

¿Correr por la montaña?

¿Correr por la montaña?

La montaña ha sido tradicionalmente un entorno que proveía de recursos forestales y de alimentos a las poblaciones rurales, pero desde que los seres humanos disfrutamos de más tiempo para el ocio del que disfrutaran nuestros antepasados, también ha terminado siendo un importante espacio de refugio para el espíritu, un lugar de reunión con la naturaleza, una oportunidad inmejorable para el autodescubrimiento personal, esto es, para la contemplación tanto de uno mismo como de la belleza que en ella nos rodea. Y todo ello respetando en la medida de lo posible el sentido originario de quienes la habitaron como medio económico y social de subsistencia.

No logro imaginarme a un paisano de los de antaño, de esos de los que ya van queda
ndo cada vez menos, corriendo por el monte por placer o como mero ejercicio. Pero sí puedo concebir la cara que se les pondría si, inmersos en sus paseos y quehaceres habituales, llegaran a cruzarse con alguno de los cada vez más numerosos corredores de montaña. Puedo concebirlo, ante todo, porque siempre que me ha sido posible me he preocupado de escuchar atentamente la opinión de estas gentes recias y procurarme así el conocimiento de primera mano de los fundamentos de su sabiduría. Puedo concebirlo, igualmente, porque la etnología, junto con la antropología, han sido durante muchos años, y aún siguen siéndolo, dos de mis pasiones intelectuales que más enérgicamente he procurado cultivar. Por todo ello no me resulta difícil imaginar cuáles serían las sensaciones, primero, y las contundentes palabras, después, que brotarían de la mente y de la boca, respectivamente, de uno de esos octogenarios paisanos forjados por el frío viento y la inclemente lluvia de las alturas. Y lo mismo que afirmo de ellos, lo digo también de ellas, pues en el mundo rural, como sabe todo el que quiere saber, la mujer debía ser y trabajar tan duro si cabe, o incluso más, que los hombres.


 En las proximidades de la Buitrera, en la Sierra de Ayllón

Por lo contrario, el alpinismo y la escalada se han venido practicando desde tiempos inmemoriales. Como bien sabemos, el Cainejo, de quien nunca se ha dicho que gustara de correr por la montaña, frecuentaba las cimas de Picos de Europa no sólo por motivos de caza mayor, sino también por el placer de hacerlo. Cierto es, como puede leerse en el más que notable libro de Ramón Lozano, Santiago Morán e Isidoro Rodríguez Cubillas sobre El Naranjo de Bulnes, el Cainejo y Caín (Ediciones Lancia, León, 2004), Gregorio Pérez Demaria, ante la llamada de Pedro Pidal, recorrió en una sola noche la distancia entre el pueblo de Caín y la Vega de Ario para reunirse allí con el marqués, que lo había hecho llamar para escalar ambos el Urriellu en gesta imperecedera. Pero, como se desprende de su relato, ninguna prisa le apremiaba lo suficiente como para hacerle correr:
"El día 2 de agosto de 1904 estaba yo segando yerba encima del pueblo de Caín de arriba. Caminaba a buen paso un asturiano que se dirigía onde yo estaba segando y después de saludarnos me dice: -'Vengo a buscarte. [...] Hoy llegó a la Vega de Ario D. Pedro Pidal y dijo que te había escrito una carta para que estuvieras hoy en la Vega de Ario, pero vino él primero que la carta'. -'Bueno, dile a D. Pedro que al ser de día estaré en la Vega'.Y marchó a escape, pues dijo no tener nadie en la majada. Bajé a la tarde a casa y después de cenar, como había buena luna, eché a andar, llegué a la Vega muy de mañana y ya me salió al encuentro D. Pedro"; (op. cit., pp. 37-38).
A la mañana siguiente la prisa les apremia, pues el señor marqués tiene por objeto subir en un mismo día la Peña Santa de Enol y la Torre Santa. Gregorio no ha dormido en toda la noche, así que aprovecha para echar una cabezada "sobre una llastra muy llana", pero el marqués, que sin duda debía estar más descansado que aquél, lo despierta al proferir unos gritos que dirige a unos amigos suyos que alcanza a reconocer con sus "antiojos" sobre la Torre del Jultayo. A pesar de todo, en ningún momento el Cainejo se queja por no haber acelerado su travesía nocturna corriendo. Parece que tales usos le son desconocidos o, lo que es más probable, le resultan incomprensibles. Y así, a la mañana siguiente, como quien no distingue entre deber y ocio, Gregorio Pérez Demaría guía a Don Pedro Pidal hasta la base del Urriellu para alcanzar ambos, en gesta heroica, la cima hasta entonces nunca hollada de la joya de nuestras montañas. 


Collado del Jou Negro, en el macizo central de Picos de Europa

Y es que correr por la montaña, tal y como yo lo veo, es un oxímoron, una traición al espíritu que la inunda, un sinsentido de la vida moderna, una intromisión del zeitgeist, de la fastfood, de los pit lanes,... en un espacio y un lugar donde todo eso está de más. Si lo que anhelan los que corren por la montaña es forjarse a sí mismos y a su forma física más allá de los límites del test de Cooper, les recomiendo entonces que experimenten en sus carnes trabajos y labores muy dignos, pero también muy duros y exigentes, donde, tras la jornada laboral, lo que el cuerpo y la mente les van a solicitar quizá no exija zancadas tan rápidas, pero sí, si la persona en cuestión aprecia su propio crecimiento y cuidado interiores, más cargadas de plenitud. ¡Que sí! ¡Que Rocky Balboa subía corriendo níveas montañas en la cuarta entrega de la famosa saga cinematográfica! ¡Pero también le partían la cara en cada película lo menos dos veces y el buen hombre no terminaba nunca de aprender!

En definitiva, lo que pretendo explicar en estas líneas es que correr por la montaña es, a mi juicio personal, una enfermedad de nuestro mundo postmoderno; una mala interpretación de aquello que algunos llamaron "el sentimiento de la montaña"; una aparentemente imperceptible confusión entre lo que es bueno para la salud y lo que es bueno para la vida; e incluso, en muchos casos, una patraña para gentes con excesiva prisa que ni siquiera se paran a contemplar las hermosas y multiformes flores de montaña, no ya porque las pisen con sus coloridas Salomon, algo que es inevitable en algún que otro momento para todos los que vamos al monte, sino porque, sencillamente, cuando se corre por la montaña es necesariamente deseable permanecer ciego ante todo eso que, más allá de las lindes y los márgenes de los terreros en que terminan convirtiéndose los senderos y caminos, existe y aguarda a ser visto para enseñarnos quiénes en verdad somos.


Desfiladero del Cares

No hay comentarios:

Publicar un comentario