martes, 25 de agosto de 2015

¿Por qué la Montaña?

¿Por qué la Montaña?

Ir a la Montaña es para muchos de nosotros un impulso irresistible, una pasión irrefrenable que rara vez nos cuestionamos. Con el paso de los años ha llegado a convertirse en algo tan acostumbrado, automático y personal que bien podríamos decir de Ella, de la Montaña, que siempre estuvo ahí, con nosotros, formando parte de nuestro ser, desde ya antes incluso de que naciéramos. Y quizá, después de todo, no es ésta una afirmación tan disparatada.


Macizo Central de Picos de Europa desde la cima del Torrecerredo (2/8/2015)

Cuando por la mañana, bien temprano, tomamos al alba la mochila que la noche anterior preparáramos cuidadosamente y nos disponemos a reunirnos con Ella, no necesitamos saber cuál es la necesidad que nos mueve. Para reencontrarnos con la Montaña somos capaces de ponernos en pie mucho más pronto de lo que cotidianamente madrugamos para llegar a nuestros puestos de trabajo. No necesitamos preguntarnos por qué lo hacemos, por qué acudimos a Ella; simplemente, lo hacemos.

Pero, después de todo, quizá tú también, al igual que yo, en algún momento has podido pensar que todo este ritual que por lo general se repite semana tras semana, así como en nuestras ansiadas vacaciones, ¿no parece acaso una huida? Tal vez te hayas hecho en alguna ocasión esta misma pregunta: “¿Tan poco me gusta mi vida que en cuanto tengo la oportunidad me escapo a la Montaña?” ¿Pero por qué habría de ser una huida y no ya un reencuentro?

Circo de Gredos desde la cumbre cimera del Almanzor (27/10/2013)

Nacer es el comienzo de una vida, pero no lo es, desde luego, el comienzo de todo. Y cuando aquí llegamos, o mejor dicho, cuando -estando ya aquí- llegamos a pensarnos, parece como si ese hecho, el de “estar aquí”, hubiera sido siempre así. No recordamos cómo llegamos, cómo empezó nuestra andanza; no recordamos qué nos trajo aquí. Pero algo es innegable: aquí estamos. Y ya que estamos, también hacemos. Porque, sin duda, algo tendremos que hacer. Y es entonces, en medio de todo este dilema y galimatías que es la vida, cuando algunos de nosotros escuchamos la llamada de la Montaña. Nada hay provechoso desde un punto de vista práctico en patear por el monte. El sentido aparente de la evolución humana y de la historia parece justamente el contrario: vencer a la naturaleza para poder dejarla de lado; salir del pueblo y olvidar la voz de nuestros antepasados; volver la espalda a nuestros orígenes y jamás desear recordarlos. Pero el ser humano, ese ser engreído que cree poseer lo que nunca podrá retener, es él mismo parte de lo que ya ha olvidado. Nadie, desgraciadamente, le contó esa historia, la historia de quién es él y de dónde viene. Ecos de nuestros orígenes pueden escucharse todavía en los mitos y el folclore. ¿Pero quién atiende a ellos? Y a pesar de todo, sin necesidad de saberlo, algunos de nosotros sentimos en nuestro interior esa llamada, esa necesidad y esa pasión de reencontrarnos con un ser mucho mayor y más antiguo que nosotros y que, por misterioso e increíble que parezca, nos habla en la misma lengua que entiende nuestro interior. Y es que salir al reencuentro de la Montaña no es tan sólo un reencuentro, sino también un diálogo entre dos seres que, por tan siquiera unas horas, vuelven a reunirse en un mismo cuerpo y en un mismo espíritu.

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